31.8.07

al borde de la locura

Tenía la intención de dejar tres post nuevos durante mi ausencia, ya hasta tenía los temas pensados, uno iba a ser la segunda parte sobre el centro y la periferia, mencionando como la ciudad de México se ha tomado tan en serio esto de ser centro que hasta los huracanes, ondas frías o temblores nos afectan.

El segundo iba a ser sobre el hecho de salir de antro con una socialité, experiencia que me tocó vivir el fin de semana en Guadalajara con mis primas de allá, nunca en mi vida había ido de antro teniendo mesa apartada y especial, botella gratis, fotos en una de las páginas de internet de sociales más importante de allá, e incluso saludo de beso al fotógrafo, toda una experiencia de vida, definitivamente.

Y por último el tercero que tengo la intención de mencionarlo de manera un poco más larga es sobre el síndrome previajero.

Y es que cada vez que tengo un viaje en puerta me pasa lo mismo, dolor de estomago, unos nervios insoportables, una neurosis al hacer la maleta, insufrible y demás.

Platicando con Olga me di cuenta de que lo que para muchas personas implica el realizar una actividad de riesgo a mi me pasa con el viaje, ella lo definió perfecto con la experiencia de tirarse de un bungee.

Cuando estás abajo viéndolo, te mueres de emoción y de ganas de vivirlo.
Cuando empiezas a subir, empiezas a dudar, a tener miedo y en lo más profundo de tu ser sabes que te mueres de ganas, pero en ese momento la duda y el miedo son más fuertes que cualquier sensación.
Por ultimo das el brinco y te das cuenta de que es una experiencia que no podías dejar de haber vivido.

Eso es lo que me pasa con los viajes, cuando están lejos y los estoy planeando me muero de una emoción terrible, cuento los días y las horas para que el momento llegue, pero desde el momento en que tengo que hacer la maleta y hasta que llego a la sala de abordar, muero de terror, me da miedo que me pase algo a mi, que le pase algo a la gente que dejo y empiezo con mi tradicional “no me quiero ir, es que para que voy, mejor me quedo, yo no tengo porque andar yéndome a ningún otro sitio, que afán, no quiero, etc.” Al final llego a la sala de abordar y el miedo empieza a desaparecer poco a poco, me subo al avión y como ese es el punto sin retorno empiezo a disfrutar.

Lo más curioso de todo es que amo viajar, me encanta, es una de las experiencias que más me gustan y por más que he intentado racionalizar esta situación no más no lo logro y siempre que viajo paso por la misma escena que ya se me de memoria y que me tiene verdaderamente harta de mi misma.

Así están las cosas, mañana me voy, mi maleta ya está lista, el dinero contado, los documentos guardados, los libro listos, el ipod cargado, la cámara con doble memoria y yo me estoy cagando del miedo, luchando contra mi misma para no pensar demasiado; como siempre muerta de miedo me voy a ir de cualquier modo así que ¡ahí les cuento en diez días que tal estuvo Estambul!

14.8.07

Mirar desde la periferia

Empecé a planear mi viaje a Estambul con mi papá, por supuesto, lo primero que compramos fue la guía, pero pensamos que eso no bastaba, que valdría la pena comprar el libro de Orhan Pamuk: “Estambul, ciudad y recuerdos”, porque eso nos iba a permitir tener una perspectiva diferente de nuestra visita.

Pensábamos que sería un libro que nos ayudaría a sentir la ciudad, y a poder verla un poco menos como viajeros, a tener la sensibilidad necesaria para poder ver Estambul un poco desde la mirada de un estambulí.

Una de las cosas que me llamó mucho la atención, fue el énfasis que el autor pone en la importancia que ha tenido la mirada occidental (europea) en la formación de la visión que los estambulies tienen actualmente de su propia ciudad.

Menciona en específico, la importancia de dos autores: Nerval y Gautier, y pensé que si el mencionaba que esos dos autores habían sido una fuerte influencia en la mirada que los siguientes escritores estambulies tendrían sobre su ciudad y cobre si mismos, quizás valdría la pena revisarlos para poder tener una visión occidental de Estambul, que tal vez resultaría mucho más cercana a la mía.

El problema estuvo cuando me di cuenta de que yo estaba pensando ver Estambul desde una perspectiva occidental, me paré en seco y reflexioné unos instantes.

Por más que yo pensara lo contrario, me iba a ser imposible ver a Estambul desde esa perspectiva occidental, por el simple hecho de que no soy europea.

Siempre me ha gustado esta teoría de los centros y las periferias y si bien dentro del país, nosotros que vivimos en la capital somos un centro, dentro de nuestra concepción eurocentrista (de la cual no nos logramos deshacer, porque así somos educados y porque aceptémoslo, así sigue siendo en gran medida el mundo) seguimos siendo una simple periferia.

Eso cambio toda mi perspectiva del viaje, ya no busqué a Teophile Gautier, porque se que de nada me serviría encontrarlo, prefiero quedarme solo con Orhan Pamuk, y plantear mi viaje desde la periferia, hacia la periferia, respetando mi visión, sin intentar ver Estambul desde otra perspectiva, porque la vista desde la periferia, permite (creo yo), matices mucho más ricos, porque no nos planteamos en el lugar desde nuestro supuesto tabique de superioridad, sino que nos permite entendernos como iguales y captar nuestras diferencias con más libertad, reconocernos en nuestros avances y en nuestros defectos.
No se que opinen, pero yo creo que aceptarme como periferia y ver la vida desde ahí me hace más libre y mucho más receptiva, con menos prejuicios y menos juicios.

8.8.07

ese lugar tan nuestro




Hoy en la mañana salí a caminar al parque de mi casa, y estaba pensando, lo importante que es para mi tener una zona de bosque cerca, después pensé que no necesariamente tendría que ser un bosque, en mi caso podría ser también la selva.


Porque he descubierto, que en ningún lugar me siento tan bien como en la selva y en el bosque, en lugares con una vegetación alta, que me rodee.


Y pensé que eso, seguramente se debe a que soy mexicana, quizas si fuera de otro sitio, solo el bosque sería capaz de hablarme, de regenerarme y de hacerme sentir tan bien.


Pero es que muchas veces se nos olvida que en México somos tremendamente afortunados de tener ambas, pero cada una habla un idioma distinto.


Y hoy logre pensar sobre todo eso que yo sabía sobre la selva y no me había dado cuenta; no hablo de conociemientos científicos o datos que ya se sepan, hablo de las cosas que hay ahí dentro y que me hablan cada vez que voy.


La selva es un lugar que te envuelve, no solo a nivel visual cuando ves todo verde, también a nivel tactil, cuando la humedad que te rodea no deja de hacerte sudar, olfativo cuando tienes la fortuna de tener un cedro cerca y su olor entre amargo y dulce te llena los pulmones y nivel auditivo, cuando las cigarras, los monos, y todos los otros seres que habitan ahí llenan tus oídos con sus melodías.


Por eso la selva es un lugar tan especial, porque a diferencia del bosque, la selva te llena por completo, te hace olvidar que tu eres un ente fuera de ella, te hace sentir que te fundes con ella, en sus árboles, su veredas, sus claros y sientes de verdad que ahí te conectas con un mundo que está más allá de ti mismo.


Cuando ves una ceiba y no puedes resistir las ganas de abrazarla y sentirla junto a tí y entiendes que muchas veces creyeran que en los árboles había seres humanos, cuando te das cuenta de que podrías quedarte ahí y volverte parte de ella sin ningún temor.
(las fotos son del cañon del sumidero, y lo siento, todavía no domino la cuestión del formato en el blog)

3.8.07

He vuelto

Un viaje siempre implica crecimiento, y siempre lo he creído así, aunque a veces me cueste mucho trabajo viajar, siempre me cuesta dejar a mi familia, y como tiendo a ser pesimista siempre creo que les va a pasar algo mientras yo no estoy (cosa que por supuesto nunca ha sucedido).

Lo que es un hecho es que nunca había constatado tanto el crecimiento de un viaje, como lo hicve ahora en mi viaje a Chiapas, fueron 7 días. 7 días de recorrer uno de los estados más bellos de la república mexicana con mi novio y dos de mis mejores amigos.

La primera vez que fui a ese lugar (hace como 16 años), quedé marcada para siempre, nunca había tenido conciencia de la pobreza en la que viven una gran parte de los mexicanos, pero al mismo tiempo nunca había visto la fe y la dignidad que vi ahí.

Los años pasan y los lugares cambian, y por supuesto que Chiapas no ha sido la excepción, Tuxtla Gutierrez es una ciudad muy grande y bonita, con todo lo que cualquiera podría necesitar en una ciudad.

San Cristobal de las Casas, cuando yo fui era un pueblo que amenazaba con convertirse en ciudad, y hoy por hoy, por supuesto lo es, con Cinepolis, Chedrahui, Mc Donald's y Burger King incluidos.

El turismo ha aumentado de una forma apabullante, pero en muchos de los lugares que visité han tenido la inteligencia suficiente, para mantener el sabor que los hacía únicos y especiales (en San Cristobal, te sigues sintiendo en un pequeño pueblo tranquilo y único).

Este viaje a Chiapas, me marcó de nuevo, no solo porque me implicó aprender a ceder y a convivir, a pensar en comunidad, a saber que ir a desayunar sola no tenía chiste aunque me muriera de hambre, porque ibamos todos juntos, a saber que prefería quedarme sin recorrer el cañor del sumidero en lancha si Pancho estaba mal, con la conciencia de que no iba a ser capaz de disfrutarlo ni un poco si no estabamos todos.

Aprendí a ver a muchas personas de mi país, no con la caridad que da mi forma de vida en la ciudad de méxicon, sino con una gran admiración hacía ellos, por defender una forma de vida y seguirla viviendo a pesar de la violencia que hayan podido vivir, o del turismo que a veces no hace verlos como si fueramos a un zoologico.

En fin, en este viaje, como en el de hace 16 años, volví a crecer de una manera inusitada, podría seguir hablando, pero es tanto lo que generó en mi, que todavía tengo que digerirlo, así que no se extrañen si dentro de dos meses yo sigo hablando de mi viaje a Chiapas.