Tenía la intención de dejar tres post nuevos durante mi ausencia, ya hasta tenía los temas pensados, uno iba a ser la segunda parte sobre el centro y la periferia, mencionando como la ciudad de México se ha tomado tan en serio esto de ser centro que hasta los huracanes, ondas frías o temblores nos afectan.
El segundo iba a ser sobre el hecho de salir de antro con una socialité, experiencia que me tocó vivir el fin de semana en Guadalajara con mis primas de allá, nunca en mi vida había ido de antro teniendo mesa apartada y especial, botella gratis, fotos en una de las páginas de internet de sociales más importante de allá, e incluso saludo de beso al fotógrafo, toda una experiencia de vida, definitivamente.
Y por último el tercero que tengo la intención de mencionarlo de manera un poco más larga es sobre el síndrome previajero.
Y es que cada vez que tengo un viaje en puerta me pasa lo mismo, dolor de estomago, unos nervios insoportables, una neurosis al hacer la maleta, insufrible y demás.
Platicando con Olga me di cuenta de que lo que para muchas personas implica el realizar una actividad de riesgo a mi me pasa con el viaje, ella lo definió perfecto con la experiencia de tirarse de un bungee.
Cuando estás abajo viéndolo, te mueres de emoción y de ganas de vivirlo.
Cuando empiezas a subir, empiezas a dudar, a tener miedo y en lo más profundo de tu ser sabes que te mueres de ganas, pero en ese momento la duda y el miedo son más fuertes que cualquier sensación.
Por ultimo das el brinco y te das cuenta de que es una experiencia que no podías dejar de haber vivido.
Eso es lo que me pasa con los viajes, cuando están lejos y los estoy planeando me muero de una emoción terrible, cuento los días y las horas para que el momento llegue, pero desde el momento en que tengo que hacer la maleta y hasta que llego a la sala de abordar, muero de terror, me da miedo que me pase algo a mi, que le pase algo a la gente que dejo y empiezo con mi tradicional “no me quiero ir, es que para que voy, mejor me quedo, yo no tengo porque andar yéndome a ningún otro sitio, que afán, no quiero, etc.” Al final llego a la sala de abordar y el miedo empieza a desaparecer poco a poco, me subo al avión y como ese es el punto sin retorno empiezo a disfrutar.
Lo más curioso de todo es que amo viajar, me encanta, es una de las experiencias que más me gustan y por más que he intentado racionalizar esta situación no más no lo logro y siempre que viajo paso por la misma escena que ya se me de memoria y que me tiene verdaderamente harta de mi misma.
Así están las cosas, mañana me voy, mi maleta ya está lista, el dinero contado, los documentos guardados, los libro listos, el ipod cargado, la cámara con doble memoria y yo me estoy cagando del miedo, luchando contra mi misma para no pensar demasiado; como siempre muerta de miedo me voy a ir de cualquier modo así que ¡ahí les cuento en diez días que tal estuvo Estambul!
Otoño 2
Hace 6 meses.
2 comentarios:
Cabe aclarar que aquello del bungee sale mejor si es un italiano divino es el que te da el empujón final en la grúa.
Y entiendo perfecto tu sensación de angustia, lo mismo me pasa a mi cuando doy una fiesta, me entra el síndrome Mrs. Dalloway y entro en pánico justo unas horas antes de que lleguen mis invitados, siempre me cuesta mucho asimilarlo.
Supongo que el italiano guapísimo ayudaría si lo tuviéramos permanentemente en estas situaciones de pánico, a ti transportándote hasta la sala de abordar y a mi ayudándome mientras espero a los invitados. ¿Alguien sabe de alguna agencia que provea de esos servicios?
Pues que bien que vayas a hacer un viaje tam mágico y misterioso, que te vaya muy bien por allá.
Con respeco a lo del miedo al viaje...a mí me pasa lo mismo cuando planeo trabajar, me tratan como esclavo, como secuestrado y al final termino aompadeciendo ante el síndrome de Estocolmo. Mmmm, este...
supongo que ese es el sentimiento que percibes...
Saludos
(soy Pancho, amigo de Santiago)
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